V.1. ¿Qué Hay Más Allá?

"Ser animado racional", así define el diccionario al hombre. Y él mismo ha tratado de resolver los innumerables conflictos que ser "racional" le acarrea: ¿qué lo diferencia de los demás seres vivos?, ¿cuál es su misión?, ¿cuál es su destino?, ¿individuo o sociedad?, ¿cuerpo o alma?, ¿cultura o naturaleza? El hombre ha encontrado su mayor interrogante en sí mismo. En su propia esencia.
Las filosofías occidentales han basado la búsqueda de respuestas en la concepción griega del hombre (de la cual ya hemos visto parte). Para los griegos, el hombre es un ser natural, al igual que las demás especies vivientes, pero lo diferencia el uso del lenguaje. Y cuando hablamos de lenguaje, nos referimos a la capacidad de conceptualizar, de racionalizar, de asignar valor e identidad a los elementos del mundo que lo rodea.
Es importante resaltar que Platón asoció esta concepción con las creencias órficas que veremos más adelante en este mismo capítulo. Esta visión da lugar a la idea del hombre como "alma divina", imperecedera y pasajeramente ligada a un cuerpo.
La muerte conforma el conflicto clave del hombre. Es el interrogante por excelencia, tal vez la justificación misma de su existencia.
Todas las culturas han recreado, a través de sus creencias, mitos inmortales. Ninguna formación social carece de figuras capaces de perdurar indefinidamente a través del tiempo. En todas es identificable algún ícono que responde a las características del universalmente denominado: hombre primordial. En todas sus versiones es creado por la divinidad, es andrógino, sinónimo de la unidad y totalidad cósmicas. Su relación con la culpa original simboliza el límite entre un tiempo primordial (paraiso) y el actual; sujeto a la sexualidad y a la muerte es a veces víctima y salvador del grupo social que lo idolatra.
Ejemplos del hombre primordial hay muchos: Adán en el cristianismo, Yima en la religión iraní, Prajápati (brahmanismo) y Purusa (sánscrito).
Las figuras inmortales merecen un trato a parte en cuanto a las razones de su posible gestación dentro del inconsciente colectivo. Como vimos anteriormente, la mayoría de las figuras mitológicas surgen de hechos concretos (factores naturales, mutaciones de historias reales, etc). Pero las figuras inmortales carecen de un origen real concreto. Es más, al nacer de la misma esencia de la muerte, se hace imposible hallar un anclaje a través de la percepción que nos permita encontrar una justificación a su existencia.

"El problema de la inmortalidad equivale a la cuestión del destino de la existencia después de la muerte, es decir, al de la supervivencia de tal existencia."

En la mayoría de las religiones se han desarrollado universos imaginarios donde la muerte esconde nuevas propuestas. Son casi inexistentes las creencias comunitarias donde el más allá represente la ausencia total, el final irreversible del camino.
Las creencias de la existencia de "algo más" se pueden dividir en cinco grupos básicos:
Las creencias afianzadas en el viaje del alma de un cuerpo al otro, consideran a la reencarnación como un mecanismo de enjuiciamiento, donde el ser es transportado a un cuerpo superior si se lo ha ganado, o a un cuerpo inferior si no ha cumplido con los dictámenes de la creencia. Considerada como una de las creencias más antiguas, muy popular en las culturas primitivas, la reencarnación ha constituido la base de la filosofía órfica, que influyó ampliamente la cosmología platónica.
Las teorías del budismo sostienen que las almas pueden migrar, pero que todo traspaso constituye un castigo. Para evitarlo, es necesario llevar adelante una vida pura para poder suprimir la pesadilla de los continuos renacimientos y sumergir la existencia en el nirvana.
Otra concepción muy común en las culturas primitivas, incluyendo a la religión popular griega, afirma la disociación de alma y cuerpo, tras la cual los cuerpos son enviados a un mundo de tinieblas y sombras.
En culturas como la egipcia se dio una creencia particular en la cual sólo algunos individuos podían acceder a la vida después de la muerte. Esta posibilidad estaba dada por el rol social del individuo dentro de la comunidad y por una serie de rituales que funcionaban como "habilitación" a este derecho. Es el caso de los faraones y de los sacerdotes, concretamente.
La concepción estoica cree en la existencia de un depósito de la naturaleza desde el cual provienen todas las almas, y a donde son devueltas al morir. En cuanto a su funcionamiento cíclico, esta teoría se asemeja a la de la reencarnación.
La concepción naturalista, por su parte, afirma la ausencia de algo más allá de la muerte. La supervivencia se reduce a la del cuerpo. Cuando éste muere, desaparece la existencia individual.
Las almas sobreviven individualmente, se liberan del cuerpo a través de la muerte, y se proyectan indefinidamente. El alma, como elemento inmortal, es visible en muchas religiones, siendo la cristiana la que más lo ha explotado, como así también la mayoría de las teorías platónicas.

El pensamiento religioso occidental, sobre el que se afirma este trabajo, basa sus creencias en la visión platónica reseñada en último lugar. Bajo la aseveración de que el ser humano está constituido por una dualidad, esta visión afirma que el cuerpo constituye una carga para el alma.
El alma representa la pureza, es inmortal y está destinada a vivir por siempre en la limpieza y el éxtasis de la perfección. Por otro lado, el cuerpo representa lo oscuro. Es la parte disfuncional humana, el ancla que le impide a esa alma pura liberarse y proyectarse hacia una existencia plena y satisfactoria.
Para el cristianismo, esta disociación justifica en cada individuo la búsqueda de un perfeccionamiento constante que lo prepare para el momento en que tenga que enfrentar a la muerte como un instante sublime que él no puede controlar (la muerte y su momento de llegada sólo le corresponde a la elección de los dioses), pero que debe significarle el instante de mayor intensidad y felicidad en la vida.
Pero, ¿qué es lo que ha hecho que esta visión se difundiera con tanto poder? ¿Qué es lo que ha llevado a la antropología platónica de la muerte a postularse como la creencia más popular a lo largo del desarrollo humano? Bien: en primer lugar, estas teorías pueden ser defendidas, no a través de los hechos, pero sí a través de la razón, lo cual le da una amplia ventaja con respecto a las demás creencias.
Las vueltas de la razón hacen de esta visión la más creíble. Hay cuatro argumentos de la razón con los que se justifica esta teoría:

El argumento de los opuestos: consiste en afirmar que cada cosa tiene un opuesto, y que el origen de cada uno nace del otro. De esta forma, al bien se opone el mal y constituye su origen también. Bajo estos parámetros, es posible afirmar que a la vida se le opone la muerte y que necesariamente tiene que ser engendrada en ella. Supuestamente, si después de morir no hubiera continuidad, el ciclo de la naturaleza y de la vida se tendría que detener necesariamente.
El argumento de la reminiscencia: el ser humano tiene ciertos conocimientos que no proceden solamente de la persepción sensible (la que llega a través de la experiencia). Es necesario reconocer entonces que tales conocimientos proceden de un recuerdo que tiene el alma y que arrastra desde una existencia anterior, cuándo aún no estaba encerrada en el cuerpo. Si el alma tiene esta constitución, se trata de una entidad inmortal.
El argumento de la simplicidad: consiste en afirmar que todas las cosas simples existen para siempre. Solo lo complejo caduca. Las cosas complejas se disuelven y vuelven a su composición básica. Como el alma es una unidad básica imposible de fragmentar, es necesariamente inmortal.
El argumento de las ideas como causas verdaderas: así como hay cosas buenas porque hay bondad, y hay cosas verdaderas porque existe la verdad, hay cosas vivas porque hay vida.

Parece haber una certidumbre moral de que la inmortalidad del ser humano existe amparando todas estas teorías, pero lo cierto es que no hay ninguna posibilidad lógica de asegurarlo. Habría que ver si estos postulados, nacidos supuestamente del raciocinio, no surgen tal vez de la necesidad humana de trascender, del hambre de vida del ser.
El hombre necesita escaparle a la muerte, tal vez sólo para evitar el sufrimiento, pero probablemente sea el rechazo a formular una concepción finita de uno mismo, un genuino escape a la conciencia de los límites.
Ante una realidad en la cual la religión ha pasado a un segundo plano, y la existencia y valor del ser humano están cada vez más debilitados, el espíritu humano, hambriento de inmortalidad, se aferra a aquellos elementos que le prometen vida.